Confesión, Comunidad y Vencedores

Recientemente tuve una conversación con alguien que creció en la iglesia católica y que ahora asiste Willowdale Chapel. Él quería saber cómo nuestra iglesia hace confesiones.

"Bueno... aquí es un poco diferente". Le expliqué que, aunque no tenemos una hora y un lugar fijo para confesarnos como lo hace la Iglesia católica, se nos anima a confesar nuestros pecados directamente a Dios, así como a los amigos seguros. Es un proceso más "orgánico".

Aunque le gustaba más la idea de confesarse con amigos que con un sacerdote, dijo que confesarse con regularidad era una de las cosas que más le gustaban del catolicismo.

Escuché un sentimiento similar en una reciente charla de mujeres sobre la confesión.  La conferenciante también se había criado en la Iglesia católica, y describió que esperaba con impaciencia los momentos en que el confesionario estaba abierto porque sabía que saldría "sintiéndose ligera y de nuevo en buenos términos con Dios".

Estas dos conversaciones me han hecho pensar en la importancia de la confesión en la comunidad cristiana. Por desgracia, esta disciplina espiritual a veces se pasa por alto en la Iglesia protestante. Aquellos de nosotros que fuimos educados en el legalismo a menudo tratamos de evitar ese extremo de la gama tanto como sea posible, y la confesión puede sentirse como una práctica legalista.

Pero, ¿cómo podemos conciliar esto con las palabras de Jesús en Santiago 5:16, donde nos ordena explícitamente que confesemos nuestros pecados unos a otros? No es un versículo cuya interpretación pueda discutirse. Lo que Él quiere decir no puede ser más claro: confesar nuestros pecados es un acto de obediencia.

Fíjense en la segunda parte de ese versículo: "... confiesen sus pecados y oren unos por otros para que sean sanados".

La confesión no es sólo algo que hacemos para marcar una casilla en nuestra lista de tareas religiosas. Es un acto de vulnerabilidad destinado a sanar. Jesús nos dice que participemos en la confesión porque requiere dejar que otras personas nos conozcan, y dejar que otras personas nos conozcan conduce a un cambio imposible. Comienza el proceso de raspar la mancha de la vergüenza de nuestras almas.

La confesión desempeña un papel muy importante en mi propia historia de sanación  de una lucha de toda la vida contra el pecado y la vergüenza. Durante muchos años luché para vencer mi pecado por mi cuenta. Caía en la tentación, se lo confesaba a Dios y prometía mi arrepentimiento, y luego volvía a caer en ella unos meses o semanas (o días, u horas) más tarde.

A excepción de hacerlo mentalmente durante la comunión mensual de mi iglesia, no llevaba el ritmo de confesar mis pecados. Los compartía con Dios cuando me sentía especialmente condenada, pero la idea de contarle a otro ser humano con lo que luchaba -alguien que pudiera mirarme a los ojos mientras pronunciaba las palabras en voz alta- era impensable.

Y entonces ocurrió algo que hizo realidad lo impensable. Mantener mi secreto ya no era una opción.

Entonces una noche lluviosa, manejé hasta la casa de una amiga, me senté en su sofá y le confesé mis pecados. Fue tan aterrador como parece. Creí que el corazón se me iba a salir del pecho y se me iba a caer en la taza de té frío a la que me aferraba con todas mis fuerzas.

Pero en un momento de nuestra conversación, cuando me encontraba sin palabras, mi amiga me puso la mano en la rodilla y me dijo algo que lo cambió todo.

"Oye, sé que esto es muy duro para ti, y solo quiero asegurarme de que sepas que no tienes que tener miedo de contarme cualquier cosa. Estás segura aquí".

Mis ojos empezaron a gotear y mi corazón dejó escapar un suspiro. Eran las palabras que había estado esperando oír desde que era pequeña.

Que alguien a quien quería me mirara a los ojos y me prometiera que no iba a huir ahora que conocía la parte más profunda y oscura de mí era un tipo de libertad que no sabía que fuera posible.

Curt Thompson, psiquiatra cristiano, conferenciante y autor, resume bien este concepto en su libro  El alma de la vergüenza: Volver a contar las historias que creemos sobre nosotros mismos.

"...La curación de la vergüenza abarca el acto contraintuitivo de volvernos hacia lo que más nos aterroriza... Pero es en el movimiento hacia otro, hacia la conexión con alguien que es seguro, donde llegamos a conocer la vida y la libertad de esta prisión."

Confesar las partes rotas de nuestras historias nos da vida y nos libera de la prisión de nuestra vergüenza. No podemos vencer el pecado y la vergüenza sin nuestra comunidad, y no podemos experimentar la comunidad sin dejarnos conocer. Profunda, verdadera y plenamente conocida.


ACERCA DE NUESTRA BLOGUERA

Kati Lynn Davis creció en el condado de Chester. Tras una breve estancia al otro lado de Pensilvania para obtener un título de escritora en la Universidad de Pittsburgh, regresó al área y consiguió un trabajo en una biblioteca local. Cuando no está escribiendo, a Kati le gusta leer, dibujar, ver películas (¡especialmente de animación!), beber té de burbujas, pasear con sus gatos y salir a correr muy despacio. Kati está bastante segura de que es un Eneagrama 4, pero constantemente tiene una crisis de identidad al respecto, así que afortunadamente está aprendiendo a arraigar su sentido del ser en Jesús.

 ACERCA DE NUESTRA TRADUCTORA

Maritza Zavala Smith nació en Guanajuato, México, y se trasladó a los Estados Unidos cuando tenía siete años. Estudió Salud Pública en Penn State, donde conoció a su esposo. Llevan 8 años casados y tienen dos niños gemelos y una bebe. A Maritza le encanta viajar y bailar salsa. Cuando no está deleitándose con el té verde matcha con leche y estando al aire libre con sus seres queridos, puedes encontrarla aventurándose con su tribu a través de los libros.