Octubre es el Mes de Concientización sobre la Pérdida del Embarazo y la Pérdida Infantil, un momento para hacer una pausa, recordar y expresar el dolor que con demasiada frecuencia no se expresa. Para cada madre que ha llevado el amor y la pérdida en un mismo aliento, este mes es un dulce recordatorio de que no están solas. Juntas, creamos un espacio para la sanación, compartimos historias de fortaleza y honramos a los preciosos bebés que dejaron una huella en nuestros corazones.
He pasado por temporadas donde todo parecía incierto: cuando el trabajo del que dependía podía desaparecer, cuando las facturas no tenían sentido y cuando el futuro que imaginaba se me escapaba de las manos. Pero nada comparado con la angustia de perder a nuestros gemelos a las 20 semanas de embarazo.
Ese tipo de pérdida lo cambia todo. Sacude tu fe, tu identidad y tu sentido de seguridad.
De repente, “confiar en Dios” ya no me parece sencillo. Y, sin embargo, en ese dolor, cuando me faltaban las palabras, los planes y las fuerzas, Dios seguía susurrándome la misma invitación silenciosa: «Permanece en mí. Te amo».
Al principio, no quería permanecer- quería respuestas. Quería sanación. Quería despertar y descubrir que nada de eso era real. Pero Dios no me ofreció explicaciones. Me ofreció presencia. Juan 15:4 se convirtió en un versículo al que me aferré incluso cuando no lo entendía: «Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el pámpano no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí».
Aprendí que permanecer no se trata de fingir que el dolor no existe. Se trata de elegir permanecer conectado a Jesús en medio de él. Cuando sentía que me quebraba, Él me sostenía. Cuando no podía orar, Él seguía escuchándome. Cuando dudaba, Él no se alejaba. Hubo días en que permanecer no se parecía en nada a la paz. Se parecía a lágrimas en el suelo de la cocina o largos viajes en coche con música de alabanza sonando suavemente porque el silencio se sentía demasiado pesado. Se parecía a leer un versículo —a veces el mismo— una y otra vez solo para recordarle a mi corazón que Dios seguía ahí. Se parecía a dejar que la gente me apoyara incluso cuando no tenía palabras.
Y poco a poco, algo cambió. Me di cuenta de que permanecer no se trataba de sentirse fuerte. Se trataba de permanecer cerca, incluso cuando estaba rota.
Jeremías 17:7-8 dice: «Bienaventurado el hombre que confía en el Señor, cuya confianza está en Él. Será como árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echa sus raíces. No teme cuando llega el calor; sus hojas siempre están verdes». No me sentía fuerte, pero mis raíces se estaban profundizando. La pérdida tiene una forma de arrancar lo superficial. Y en ese vacío, encontré una tranquila estabilidad, no porque el dolor hubiera desaparecido, sino porque Jesús seguía ahí. No me apresuró a salir del dolor. Me acompañó en él.
Perder a esos dos bebés me cambió para siempre. Me enseñó que la fe no se trata de tener todas las respuestas, sino de perseverar cuando no las hay. En cada momento desconocido —pérdida de trabajo, miedo, dolor— Dios ha sido fiel al encontrarme. Permanecer no ha quitado el dolor, pero ha traído paz donde menos la esperaba. Si estás pasando por tu propia temporada de incertidumbre o pérdida, recuerda esto: no tienes que estar bien para permanecer cerca de Jesús. Él te sostiene, incluso cuando tú mismo no puedes.
Sigue apareciendo. Sigue confiando. Sigue perseverando. La vid aún resiste.
Susan Veenema y su esposo, Jeremy, aman explorar el condado de Chester con sus dos hijas biológicas mayores y sus tres hijos adoptados. Susan ha estado en la educación durante casi 20 años apoyando a los niños con discapacidades y sus familias. Actualmente trabaja en el Departamento de Educación. Una de sus mayores alegrías es dirigir el estudio bíblico de mujeres los jueves por la noche y su grupo comunitario de parejas. La gente es su pasión. Le encanta leer, escribir y estudiar todo, desde la historia hasta las ciencias sociales y la iglesia primitiva. Siempre encontrará a su lado a su fiel perro German Shorthaired Pointer.
Ana León nació en México y emigró a los Estados Unidos a los 9 años. Vivía en Kennett Square, Pennsylvania, pero su familia se mudó a Wilmington, Delaware, donde Ana conoció a su novio de la secundaria con quien ha estado casada por más de 13 años. Son padres de dos niños, uno de 14 años y otro de 11 años. Ana ha traducido e interpretado profesionalmente por más de 13 años. Comenzó a asistir a Willowdale En Español en el 2018 y sirvió como una de las intérpretes del servicio durante un año. Actualmente es parte del personal de Willowdale como la Coordinadora de los Programas del Ministerio de Niños. En su tiempo libre le gusta ir a la playa, pintar, leer, y escribir.