Recordar decir gracias

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A veces (demasiadas veces), el 28 de diciembre, me descubro sintiéndome como una niña 

No como una niña el 25 de diciembre. Ni siquiera como una niña uno o dos días después de Navidad.

Una niña, el 28 de diciembre.

Cuando el nuevo PlayStation está un poco menos brillante.

Cuando la muñeca Barbie tiene un enredo en el cabello.

Cuando el libro que esperé meses para tener en mis manos tiene un final que me deja en suspenso, ya deseando ardientemente el siguiente de la serie.

En abril de este año, me casé. Cumplí treinta y un años una semana antes del día de nuestra boda, así que, como puedes imaginar, esto fue una respuesta a años de oración. De espera. De enviar mi lista de deseos a mi Santa del cielo, con la esperanza de que este fuera el año en que me despertaría para encontrar ese regalo que tantas de mis amigas ya habían descubierto bajo su árbol de Navidad hipotético.

Este año, lo recibí.

Y una semana después —quizá menos— ya quería más.

Me descubrí deseando que mi esposo ganara solo un poco más de dinero. Que pudiera estar un poco más sano. Que su gusto por las películas y los muebles fuera un poco más parecido al mío. Que tuviera unas cuantas camisetas deportivas menos para que yo pudiera tener un poco más de espacio para mis cosas.

Algunos de estos deseos son válidos. Mi esposo ha lidiado con múltiples problemas crónicos de salud desde la infancia, y eso no es algo fácil de afrontar para ninguno de los dos. Y no hay nada malo en querer compartir intereses en común con tu pareja, o incluso en desear una estabilidad económica más profunda en una economía difícil.

Dios quiere que llevemos nuestras esperanzas y cargas, incluso las más pequeñas, ante Él. No es el deseo en sí mismo el problema.

El problema es que si de algún modo pudiera medir el peso de mis deseos junto al peso de mi gratitud, la balanza quedaría vergonzosamente desequilibrada.

Así que, de vez en cuando, tengo que obligarme a estar de pie en medio de mi jardín durante un atardecer, pasar unos segundos contemplando el impresionante paisaje que me rodea, y luego agradecer a mi Padre Celestial —el dador de todo don bueno y perfecto— que estoy viviendo la vida que antes solo soñaba.

No es perfecta. Mi esposo no es perfecto. Nuestro matrimonio no es perfecto.

Pero es bueno, y vale la pena alabar a Dios por ello todos los días —incluidos los difíciles. Porque incluso en esos días, Él ya me ha dado el mejor regalo de todos.

Y no hay nada en el mundo que valga más la pena desear que a Él.

Salmo 95:1–2 (NTV)

«¡Vengan, cantemos al Señor! ¡Aclamemos con alegría a la Roca de nuestra salvación! Acerquémonos a Él con acción de gracias. Cantémosle salmos de alabanza.»

ACERCA DE NUESTRA BLOGUERA:

Kati Lynn Tena creció en el condado de Chester y se graduó de la escuela secundaria Oxford Area High School. Después de obtener su licenciatura en escritura en la Universidad de Pittsburgh, regresó a la zona y consiguió un trabajo en una biblioteca local. Siete años después, un hombre entró en la biblioteca buscando DVDs y le hizo un cumplido a uno de sus tatuajes. En abril de 2025, Kati se casó con este hombre, y actualmente ambos están viviendo la historia de amor que Dios escribió para ellos en una adorable casita en la misma calle donde ella creció. Kati trabaja actualmente a tiempo parcial en marketing para un centro juvenil local, y pasa el resto de su tiempo disfrutando con su esposo y amigos, trabajando en sus propios proyectos de escritura y arte, y mejorando lentamente su español.

ACERCA DE NUESTRA TRADUCTORA:

Liliana Daza es la hermana mayor de 4 hijas de una familia colombiana muy conservadora. Oriundos de un pequeño pueblo ubicado en el Oriente de Colombia en frontera con Venezuela donde creció y pasó su niñez. Luego se mudó a la capital para terminar sus estudios superiores en el área de tecnología. En el año 2011 se trasladó a los Estados Unidos junto con su familia debido a una oportunidad laboral. Desde temprano, Liliana ha sentido un llamado para servir y apoyar a la comunidad, por lo que aprovecha cada oportunidad que Dios pone en su camino para este propósito. Liliana disfruta de un buen café negro, viajar, comer buena comida, especialmente cuando viaja. Liliana hace parte de la Iglesia Willowdale en español casi desde sus inicios.