Dolor en la espera

El servicio del Domingo de Ramos de este año en Willowdale fue, para mí, aún más especial: los niños de Willowdale cantaron "Oh Happy Day" en el escenario con la banda de alabanza. Todos con sus mejores vestimentas de día domingo, tratando de ser visibilizados mientras saludaban a sus familias. Algunos hacían gestos enérgicamente con sus manos, otros se veían desconcertados después de un par de segundos, y algunos asustados, pero valientemente de pie, quizás contando los segundos para terminar.

Todos en la congregación sonreían, aplaudían, cantaban, tomaban fotos y videos, muchos devolviendo el saludo; la alegría y la ternura de los niños eran contagiosas.

Y yo, como todos los demás, sonreía, pero también las lágrimas corrían por mi rostro. Una oleada de tristeza y dolor me invadió, lo que me tomó por sorpresa. Nunca antes había reaccionado así al ver a los niños cantando en la iglesia, pero allí estaba yo, luchando contra mis pensamientos y emociones.

Me di cuenta de que, con toda probabilidad, nunca iba a tener un hijo mío que cantara al frente, tal como esos niños lo estaban haciendo. Los años pasan y no veo a un hombre en mi camino. Esta es una decisión puramente biológica. Algo que parece tan fácil para la mayoría —encontrar pareja y tener hijos— se me ha escapado.

Esta situación me llevó a falsos pensamientos, pero que a su vez se sienten muy reales y dolorosos, tales como: "No soy digna de amor". "¿Qué me pasa?". Las típicas preguntas tales como "¿Por qué?" y "¿Hasta cuándo, Señor?". Si tan solo supiera que el matrimonio y los hijos estaban en mi futuro, podría aferrarme a esa esperanza. Este es un deseo que siento que viene del Señor pero que, sin embargo, no se ha cumplido. A menudo he orado: "Por favor, me quitas este deseo o me lo cumples, porque esto entre medio es demasiado doloroso".

No quiero compartir esto porque ande en busca de compasión o lástima. No es una reflexión del tipo "pobre de mí". No intento ser dramática ni pesimista. No pido respuestas ni consejos. Sé que, además del matrimonio y los hijos biológicos, existen otras maneras de tener hijos y formar una familia. Entiendo que Dios podría obrar un milagro. No descarto estas cosas, pero mi corazón, ay, mi corazón, a veces habla más fuerte y a veces siento que se me parte.

Realmente no quería escribir sobre esto por estas mismas razones. Además, es primavera y quería un tema divertido, ligero y fácil. Pero Dios me lo traía de vuelta una y otra vez. Así que aquí estamos. Y les comparto algunos de mis pensamientos, sentimientos y anhelos más profundos porque creo que muchos de ustedes se identifican. ¿Se encuentran en un punto intermedio? ¿Sienten que tienen un deseo que es dado por Dios, pero que no se ha cumplido? ¿Les cuesta incluso orar porque sienten que no les sirve de nada? Esperan, oran, lloran, con la esperanza colgando de un hilo. Deseando una señal de que algo cambie... o cualquier cosa a la que aferrarse.

Puede que no los conozca ni conozca su situación tampoco, y no puedo decir que los entiendo del todo, pero los veo. Entiendo lo absurdo que puede ser llorar por algo que nunca han tenido ni experimentado. Reconozco la tensión que existe entre, por un lado, tener fe y confiar en algo, mientras tanto experimentas sentimientos muy reales en lo que te sientes olvidada y con deseos de rendirse. La culpa de saber y agradecer todo lo que Dios te ha dado, pero a su vez querer más. Me identifico con esa cara sonriente mientras contengo los sollozos.

Y siendo sincera, no tengo las respuestas. Ojalá pudiera decirles que hay tres pasos básicos para renovar la fe y la esperanza, o una forma infalible de aliviar el dolor y responder a las preguntas.

Lo que sí sé es que Dios quiere que nos acerquemos a Él. Nos quiere de forma completa, incluso con las partes más desagradables, llorosas, dudosas y enojadas de nosotros. En nuestros momentos de mayor dolor, cuando ni siquiera podemos extender la mano, Él se acerca. No le sorprenden nuestras dificultades ni nuestros sentimientos. Él espera, tal como el Padre paciente que es. Nos escucha mientras abrimos nuestro corazón, y una vez terminamos de vaciarlo, y nos postramos como niños pequeños exhaustos a sus pies, Él nos levanta.

Él nos dice la verdad, entremedio de las mentiras que hay alrededor (Salmo 25:5; Juan 8:32).

Nos fortalece con su palabra (Isaías 41:10; Isaías 40:31).

Renueva nuestra esperanza (Romanos 15:13).

Él pone un canto nuevo en nuestros corazones (Salmo 40:1-3).

Si Él me dejara sola, seguiría amargada, resentida y descontenta, pero Él me restaura a mí, mi fe y mi confianza. Me hace volver a un estado de entrega, de brazos abiertos y manos en alto. Aunque a veces sea solo un susurro, y a menudo con lágrimas y dolor, puedo declarar: «Cristo me basta».

Él me ha demostrado una y otra vez que, aunque en la espera se sienta solitario y a veces interminable, Él está ahí. Él te ve, Él me ve, y no se aparta de lo que ve. Y te dice: «Hija, te he redimido; te he llamado por tu nombre; eres mía. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y cuando pases por los ríos, no te inundarán. Cuando camines por el fuego, no te quemarás; las llamas no te quemarán. Porque yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador; eres preciosa y honrada a mis ojos, y te amo». (Isaías 43:1-4 - Dani parafraseo)

ACERCA DE NUESTRA BLOGUERA:

Danielle (Dani) Rupp Creció en un pequeño pueblo en Ohio y es una verdadera fanática de los Buckeyes, aunque trata de no ser demasiado molesta al respecto. En 2011 vino a Pennsylvania para obtener su Maestría en Trabajo Social y desde entonces ha hecho de Kennett Square su hogar. En su tiempo libre, a Dani le gusta ir en viajes misioneros/viajar, leer y conectar con sus seres queridos, preferiblemente con café y un dulce.

ACERCA DE NUESTRA TRADUCTORA:

Andrea Aballay es de profesión Ingeniera Agrónomo y máster en Ciencia, aunque en los últimos años Dios le ha entregado nuevos dones en el arte de la decoración y manualidades. Ella es muy detallista y comprometida en todas las labores que se le encomiendan. Nació en Santiago de Chile, y tuvo una oportunidad laboral aquí en USA, por lo cual llegó a este país a finales de 2009. Ella está casada con Jorge, tienen dos adorables niños y viven en Delaware. Aunque Andrea y Jorge en Chile estudiaron en la misma universidad, misma carrera y tienen múltiples amigos en común, se conocieron aquí en Estados Unidos (ese fue el plan de Dios). Ambos sirven en el ministerio de niños y en distintos ministerios en el servicio en español. A Andrea le gusta la comida saludable, hacer ejercicios, además le encanta viajar a lugares nuevos, reunirse con sus amigos y conversar con otros, especialmente lo que Dios ha hecho en sus vidas.