¿Nos Reuniremos Junto al Río?

Crecí en una zona rural del noroeste de Ohio, y los veranos allí eran los mejores. Fogatas, paseos en motocicleta, verduras frescas del huerto, nadar en el estanque del vecino, asados al aire libre, el sol poniéndose sobre los vibrantes campos de maíz. Pero lo mejor, sin lugar a dudas, eran los momentos en el río en el bote de esquí.

La primera lancha que recuerdo, una Checkmate, no tenía plataforma trasera, así que tenías que guardar suficiente energía después de esquiar para lanzarte por un costado y volver a subir. A veces arrancaba, a veces no, pero aun así, a los cuatro años aprendí a esquiar acuático detrás de ella. Hay fotos de mi papá usándome una cuerda para jalarme mientras yo iba sobre dos esquís, primero en el patio trasero y luego en la parte baja de un lago, para que me acostumbrara a la sensación de los esquís y a estar sobre el agua.

En verano, estar sobre el agua era siempre donde quería estar. A veces íbamos a un lago cercano o viajábamos un fin de semana largo a lagos más grandes como Laurel Lake y el lago Cumberland en Kentucky. Cada año asistíamos a un campamento familiar en Míchigan que estaba junto a un lago. Algunos de nosotros, los más apasionados, nos levantábamos temprano y desafiábamos el aire frío de la mañana y el agua aún más fría para encontrar una parte tranquila del lago y poder esquiar. Y luego estaban los paseos al atardecer rumbo al lago Míchigan, cualquier noche que hubiera una posibilidad de que el sol, las nubes y el cielo crearan algo espectacular.

Pero mis recuerdos más entrañables están en el fangoso río Maumee, a unos 20 minutos de donde crecí. No tengo idea de cuántas horas ha pasado mi familia en ese río; solo con los videos de esquí, sé que fueron muchas. De niña, era un hecho que pasaríamos al menos parte de cada fin de semana allí, y a veces incluso íbamos entre semana. Seguíamos yendo a la iglesia los domingos, y siento que el tiempo en el río después era una extensión de eso.

Había, y todavía hay, algo en estar en un bote que me relaja instantáneamente. Tal vez sea porque “conducía” uno desde que era un bebé (véase la foto tomada en un lago en Míchigan en el campamento familiar). Pero con el olor del bloqueador solar, el sol cálido en mi rostro, el viento en mi cabello y la naturaleza a mi alrededor, sentía que podía respirar con más facilidad. Mi ritmo cardíaco bajaba. A menudo me quedaba dormida en la parte trasera del bote, el zumbido del motor y el vaivén del bote me arrullaban… hasta que alguien me lanzaba un chaleco salvavidas mojado, señal de que era mi turno de esquiar.

Y luego está el esquí acuático. El motor rugía al encenderse mientras el bote aceleraba para sacarme del agua, el rocío me golpeaba el rostro y luego ya estaba arriba, sobre el agua, limpiándome la cara y empezando a cortar de un lado a otro. Lo mejor era cuando había una parte del agua lisa y podía entrar en ritmo, cortando el agua como si fuera magia. Cada corte un poco más fuerte que el anterior, me concentraba, buscando a mi papá después de un corte particularmente bueno para verlo haciéndome un pulgar arriba o moviendo el puño con entusiasmo. Me soltaba o caía cuando ya no tenía nada más que dar. Respirando con dificultad mientras me quitaba el esquí y los guantes y me impulsaba de nuevo dentro del bote.

A veces era solo mi familia inmediata, pero a menudo se unían amigos y familiares extendidos. Mi mamá y mi papá enseñaron a muchos a esquiar: mi mamá en el agua ayudando a mantener al esquiador y los esquís estables, y mi papá conduciendo con destreza y dando consejos, sonando la bocina del bote cada vez que alguien lograba pararse. Había risas, conversaciones y verdadera comunión mientras el bote se deslizaba por el agua. Y, por supuesto, la parada obligatoria en la heladería familiar de camino a casa.

El tiempo en el bote con familia y amigos era a menudo donde me sentía más en paz y más cerca de Dios. No era “iglesia” en el sentido tradicional, pero había algo en estar con seres queridos, en la creación de Dios, lejos de teléfonos y tecnología, que era, ¿me atrevo a decirlo?, ¿sagrado? Me encantaría que quienes lean esto compartan dónde, fuera del edificio de la iglesia, se conectan con Dios. ¿Dónde está tu santuario “no tradicional”? ¿Dónde te inundan la alegría y los recuerdos preciados? Me gusta pensar que Dios aprecia nuestra creatividad en la forma en que nos relacionamos con Él.

Ahora que vivo lejos, no tengo tantas oportunidades de navegar o esquiar, y desde la muerte de mi papá hace más de dos años, el tiempo en el bote se ha vuelto agridulce. Estar en el agua era su lugar feliz (véase la foto). Su ausencia se siente con fuerza. La foto familiar en el bote es la última que tomamos con él en ella. Todos lo extrañamos muchísimo, pero estamos agradecidos por los innumerables recuerdos y el tiempo compartido, y por la oportunidad de continuar su legado de amor por todo lo relacionado con los botes y el esquí. Ha sido divertido ver a mis sobrinas y sobrino disfrutar del bote mientras seguimos creando recuerdos con la próxima generación sobre el agua.

Apocalipsis 22 habla del río de la vida en el Cielo. “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.” Me imagino a mi papá a la orilla de ese río, con los ojos cerrados, deleitándose en el amor de nuestro Salvador. Y si me buscas cuando llegue al Cielo, ahí es donde estaré yo también.

ACERCA DE NUESTRA BLOGUERA

Danielle (Dani) Rupp Creció en un pequeño pueblo en Ohio y es una verdadera fanática de los Buckeyes, aunque trata de no ser demasiado molesta al respecto. En 2011 vino a Pennsylvania para obtener su Maestría en Trabajo Social y desde entonces ha hecho de Kennett Square su hogar. En su tiempo libre, a Dani le gusta ir en viajes misioneros/viajar, leer y conectar con sus seres queridos, preferiblemente con café y un dulce.

ACERCA DE NUESTRA TRADUCTORA:

Liliana Daza es la hermana mayor de 4 hijas de una familia colombiana muy conservadora. Oriundos de un pequeño pueblo ubicado en el Oriente de Colombia en frontera con Venezuela donde creció y pasó su niñez. Luego se mudó a la capital para terminar sus estudios superiores en el área de tecnología. En el año 2011 se trasladó a los Estados Unidos junto con su familia debido a una oportunidad laboral. Desde temprano, Liliana ha sentido un llamado para servir y apoyar a la comunidad, por lo que aprovecha cada oportunidad que Dios pone en su camino para este propósito. Liliana disfruta de un buen café negro, viajar, comer buena comida, especialmente cuando viaja. Liliana hace parte de la Iglesia Willowdale en español casi desde sus inicios.